Podía pasar

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Piero, ya acostado en la cama de su casa, miró a su lado donde se encontraban las 300.000 liras italianas. Escuchó un ruido, se levantó y miró por la ventana. Tomó el arma con la que se había ganado ese dinero y un tiro le mató lo poco que quedaba de alma.

Cuando se enteró de las noticias sabía que estaba acabado. El no había hecho cálculos equivocados ¿Cuántas eran las chances de que las familias tuvieran una quiebre en sus vínculos después del pacto de colaboración? Pero era arriesgado, nunca se sabe que puede pasar con estos asuntos. Ya se había ganado el honor y el respeto de ambas familias. De los pocos que se animaban a trabajar para los dos, el era el más importante.

Piero sabía que algo se venía porque desde que se firmó el pacto en 1957 la entrada constante de estupefacientes enriquecía a los dos lados por igual.  Ahora, con la llegada que se anunciaba de una nueva droga, podía llegar a haber problemas.

Pensó. Durante horas. Todavía no había logrado ese trabajo que lo podía dejar con dinero suficiente para escapar unos años de esa vida que lo agobiaba cada vez más ¿Uno más? Él sabía perfectamente que debía huir. Era solamente uno más, con mucho dinero involucrado y ya podía irse ¿Vale la pena arriesgarse?

En aquella tarde rosa de Sicilia, se iluminó por el sol que caía cansado y creyó que podía. Se quedaría a hacer un trabajo más. Convencido, se quedó contemplando la avenida a la que daba su ventana. Una ciudad tomada por el crimen organizado. Gente que paseaba. Se podía oler cerca ese humo que el conocía tan bien.

Pasadas unas semanas todo parecía haberse calmado. Las tensiones entre las familias habían cesado.

De pronto, el llamado, Piero entiende que no hubo acuerdo entre los jefes. El tiempo se achica. Tiroteos repentinos por las calles. La propuesta. El pago grande. Un dinamismo espectacular.

Piero se encuentra recostado en su cama con la suma de dinero a su lado. Saldría mañana. El ruido de aceleradas de autos lo despierta de un sueño que ya no podía conciliar. Se escuchan tiros. Se asoma por la ventana y ve por la avenida como se empujan los autos de las dos familias. Un soplón. Lo habían descubierto y ahora lo querían matar. O peor, torturar para sacarle información.

¿Tortura o muerte rápida? Eligió la segunda. No era fácil vivir con dos caras. Pensó que jamás pasaría, pero sabía que podía pasar.

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