Descripción

Sucedió en un viaje que hicimos a Nueva York con mi viejo hace unos años. El viaje coincidió con la graduación de mi primo que se había ido a estudiar producción musical a Boston. Fuimos para allá para pasar unos días con él y con mi tía. Él, ya en lo que era uno de los últimos días antes de volvernos, nos invita a una especie de “concierto” muy tranquilo y nos dice que iban a tocar un par de sus amigos. El lugar era un departamento, demasiado chico para la gente que había sido invitada. Después de un primer tiempo de estar charlando con los otros invitados, nos invitan a subir al lugar donde iban a tocar algunos grupos. Es difícil describir lo que se sintió estar en ese momento escuchando a pibes/pibas un par de años más grandes que yo haciendo música. Eran increíbles. Recorría el lugar una especie de magia única. Los que estábamos ahí sabíamos que estábamos presenciando algo realmente especial. Recuerdo uno que tocaba la guitarra eléctrica y en un momento se puso a improvisar y fue una cosa de locos. La guitarra era parte de él. Movimientos que daban a entender su pasión por el arte. Emitía mucho más que solamente notas musicales, era la actuación más real que se puede encontrar. El ver al otro y saber perfectamente que está haciendo lo que más le gusta hacer en el mundo. Al terminar, me pregunté ¿Y ahora? ¿Cómo sigue?¿Cómo mantenemos el nivel? No llegué a hacer la cuarta pregunta y ya había aparecido otro artista. Un francés, que con una guitarra acústica y con su canto generaba melodías hermosas que le recorrían el cuerpo a uno. De la rebeldía y la furia del guitarrista anterior a la suavidad de canciones en francés. Creo que ya, tras este punto, era imposible mantener el nivel, no musical, sino de disfrute artístico. Efectivamente, la tercera artista, si bien talentosa y espectacularmente afinada, no me generó sensaciones parecidas a las de los primeros interpretes. Llegó el turno de una banda. Volvió a aparecer el guitarrista. Jugando a distorsionar sonidos y encontrar ruidos propios, me impactaron lo buenas que eran un par de las canciones que hicieron. En esos momentos y a lo largo del "concierto" reflexionaba  ¿Qué importaba la flojísima calidad de sonido, estar sentado amuchado e incómodo o cualquier otra cosa en esos instantes? La magia se imponía ante todo. 

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